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Bajo la sombra del prócer

Por: Josefina Mösle


El dueño de la Plaza Independencia está sentado en un banquito de cinco patas. A sus pies, varios cepillos, cremas y paños. Son las cuatro de la tarde y algunos ya empiezan a salir de sus oficinas. Es la hora pico para Raúl Galo, que desde las doce ya lleva cuatro clientes, uno por hora.


Ubicado al costado del monumento al General José Gervasio Artigas, el cartel de “El Prócer Lustrados” llama la atención. Varios turistas se detienen a sacarle fotos al pequeño puestito, compuesto por una silla con ruedas y techo de nylon, por si llueve, un banquito para apoyar los pies y los implementos de Raúl. Hace 15 años que está en la plaza.



Todos los días se levanta a las seis de la mañana y se fija cómo está el clima. Si está lindo, se apronta y sale de su casa, en la calle Zabala. Pasa a buscar la sillita por el parking de Juncal, donde se la cuidan, y a las 12 en punto está sentado, esperando a sus primeros clientes. Si está feo, se queda en su casa y aprovecha para hacer las tareas domésticas. “Lo único que no hago yo es lavar ropa, que la mando para el lavadero”, explica. Vive solo. No tiene familia.


“Nací en Minas, en Lavalleja. A los diez años me dediqué con mi hermano a lustrar zapatos en las calles, porque las cosas en casa andaban mal. En 1947 nos vinimos a Montevideo y empecé a trabajar de feriante en el Mercado Agrícola”, relata con mucha lucidez, a pesar de sus 83 años. “Casi 84. El viernes es mi cumpleaños. Estás invitada”, dice y se ríe. “Soy jubilado de la feria. Como la jubilación de 9.000 pesos no me da, opté en hacer esto. Un amigo me explicó el nuevo sistema de lustrado y acá estoy”.


Llega un joven. “Jefe, ¿cómo está?”, y así empieza el proceso. El joven se sienta en una sillita con ruedas, frente a Raúl, y apoya sus pies en un banquito. El lustrador protege las medias de su cliente con retazos de botella de detergente y cepilla los zapatos con el ímpetu de alguien que dedica su vida al trabajo. Luego, con una cuchara, aplica una crema que hace que calzado luzca más reluciente. El toque final lo da con una franela azul, que absorbe la humedad de la crema. El joven le agradece, le da 100 pesos y se va silbando, mirándose los pies, con zapatos brillantes dignos de un ejecutivo de Wall Street.


Raúl también sirve de confesionario. Sus clientes le cuentan de sus amores, sus penas y sus alegrías. “El turismo me ignora, el que me apoya es de acá. Es un público muy especial el de acá, aunque ahora la moda sea el champión”, asegura. “A mí un kinesiólogo me dijo: ‘no use champión, el champión cocina los pies, los deja planos. Hay que usar cuero y suela’, y es lo mejor que hay”, dice el hombre que vive de lustrar cuero y suela. Ahora incorporó a sus servicios la limpieza de championes. Se actualizó.



Tiene, además, un cementerio de zapatos. Diez pares de botas, sandalias, championes y plataformas. “Esos zapatos son clavos que la gente deja. Me dan 100 pesos y me dicen, ‘mañana vengo a buscarlos’ y no vienen nada. Yo los pongo ahí por si dicen, ‘ese zapato es mío’”.
No está preocupado por las noticias de la reestructuración de 18 de Julio. Aunque las autoridades anunciaron que en la avenida sólo quedarían los puestos de venta autorizados, Raúl está seguro de que nadie lo va a molestar. “A mí un día me dijeron que tenía que hacer nada más tres cosas para estar acá: ser prolijo, respetar y dejar lugar en los pasillos para dejar pasar gente”, manifiesta. Actualmente hay 31 puestos con permisos en 18 de Julio y la idea es que no se agregue ni uno más. Pero Raúl, a través de los amigos que se hizo en la plaza, consiguió que la Comuna no lo moleste.


Un hombre pasa y lo saluda. “Ese es ingeniero de Antel”, comenta el dueño de la plaza.


“Yo no soy el dueño de la plaza”, dice, e indica con el dedo al hombre que mira 18 de Julio desde arriba de su caballo. “Es él”.


El lustrador que no es el dueño de la plaza tiene las alpargatas agujereadas.

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