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Una pizca de ballet: Uruguay al Sodre

Por quinto año, el Sodre abrió sus puertas a niños y adolescentes de todo el país. El pasado 8 de junio, se llevó a cabo En primera fila, escuelas rurales al Auditorio, un proyecto que invita a más de 1.500 niños uruguayos a visitar el templo del ballet. En esta ocasión, los niños pudieron ver Don Quijote, una producción original que bajo la dirección de Julio Bocca, se extendió del 25 de mayo al 9 de junio.


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Sebastián Gadea, maestro en escuela rural de Soriano, y sus cuatro alumnos. Foto: Fuente y Palabra


El proyecto comenzó en el 2013 con una Temporada de Ópera que ofrecía
Hänsel y Gretel. Año a año, las producciones continuaron acercando a los con Don Quijote (2014), El Corsario (2015), Giselle (en el Teatro Larrañaga de Salto y en el Teatro Florencio Sánchez de Paysandú) y finalmente, Coppelia (2016).

El Ballet Nacional Sodre ofreció dos funciones a dos públicos distintos en el mismo día: escolares y liceales. En primera fila comenzó a las 15 horas, con una función para las escuelas rurales y siguió a las 18:30 horas, con una segunda función para los liceos. Lucrecia Figueroa, funcionaria del Sodre, explicó que en este día, la flexibilidad es completamente distinta. “Es otro sonido al Sodre, dejar que todo fluya y que los niños se diviertan”, resaltó.

Sebastián Gadea, maestro de una escuela rural de Soriano, explicó que sus alumnos son niños “de campo adentro”; a veces hasta a 30 km kilómetros de la ciudad capital. El maestro, que fue el encargado de viajar a Montevideo con los 4 alumnos de su escuela, resaltó que “esta es una oportunidad única”. Otra de las escuelas que dialogó con Fuente y Palabra fue la número 39 de Piedras de Afilar (Canelones). La escuela rural “multigrado”, recibe a niños de 4 a 11 años. “Con los chiquilines estuvimos hablando de las bailarinas antes de venir”, contó la maestra. A pesar de que varios niños se mostraron contentos con haber visto “a la mejor bailarina del mundo” (refiriéndose a María Noel Riccetto), quien se presentó como primera bailarina fue Vanessa Fleita, profesional de enorme trayectoria que trabaja junto a Julio Bocca desde 2010, habiéndose destacado en producciones como El Lago de los Cisnes, Romeo y Julieta, Giselle, Hamlet Ruso, entre otras.



Paula Penachio, solista del Ballet Nacional del Sodre (oriunda de San Pablo, Brasil), baila en tierras uruguayas desde enero de 2015. Tras una preparación de mes y medio para poner en escena Don Quijote, sintió que la función para las escuelas rurales fue particularmente especial. “Ellos, con la posibilidad de conocer personalmente el ballet, puede que se queden con las ganas de un día llegar a ser artistas como los que vieron en el escenario”, reflexionó la bailarina. “La mayoría no tiene los recursos para asistir a un espectáculo de ballet y quedan muy agradecidos cuando vienen a vernos”.

Desde el Sodre explican que esta “propuesta apunta a facilitar el acceso de niños y niñas de escuelas rurales a bienes y servicios artísticos y culturales nacionales de calidad”. El planteo de la propuesta surge desde la idea de que compartir actividades culturales en centros educativos significa una importante estrategia “para la construcción de una ciudadanía plena e inclusiva”, siendo el arte “imprescindible para el desarrollo integral de los jóvenes”.

Sin embargo, hay quienes entienden la iniciativa desde otro punto de vista. ¿Hasta dónde se colabora con la construcción de una conciencia artística, acercando a niños por una vez -y posiblemente también la única- a un lugar como el Sodre? Mientras la decisión de llevar a cabo un proyecto como En primera fila, escuelas rurales al Auditorio sí da un acercamiento a los niños a un mundo nuevo, ¿qué pasa cuando la experiencia queda en un vago recuerdo de la niñez?

Se trata de un evento anual y aislado, no una política de integración o reformulación. Quizás este evento sea como mirar a través de la ventana de un avión en viaje a otro lugar: no es más que algunos metros cuadros de unas bellas tierras que nunca van a pisar. Entonces, ¿por qué no verdaderamente acercar el ballet? ¿Por qué no instalar por lo menos un segundo "templo del ballet" en el interior del país?

Es incierto el futuro de los niños que viajaron a Montevideo por la función. Mientras varios probablemente vuelvan a la capital -de visita, a estudiar, a ejercer o a perseguir sus sueños como bailarines de ballet-, otros tantos nunca más volverán; y En primera fila morirá como un viejo recuerdo.         
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